martes, 11 de septiembre de 2012

Los abdominales "tableta de chocolate" tienen que tener su porqué y para qué.









El verano, al menos cronológicamente, está dando sus últimos coletazos. Las playas ya no tienen esos visitantes luciendo sus músculos esculpidos en sesiones de gimnasio. El resto de los mortales, a los que el bañador y demás complementos veraniegos nos hacen un flaco favor y que estábamos deseando volver a vestirnos “normalmente”, hemos vuelto a nuestros quehaceres habituales.

En estos primeros días de septiembre, hemos recibido una petición “diferente” de un directivo de una compañía. La petición, en palabras textuales, era: “Quiero que mi empresa sea ágil, quiero entrenadores personales para mi organización”. Al oírlo, me acordaba del verano. Venían a mi memoria, con envidia “sana”, las imágenes de todas esas personas de cuerpos atléticos vistos durante el periodo estival. Me imaginé preguntando a alguno de ellos por los motivos que tenían para dedicar una gran parte de su tiempo a esculpirse. Me imaginé, también, como tenía que correr antes de que me estamparan contra la pared por preguntar tonterías.
El caso es que me armé de valor y pregunté al directivo: “¿para qué quería que su empresa fuese ágil? y ¿por qué necesitaba entrenadores personales para su organización? He de reconocer que nos miró bastante mal, incluso sé que sopesó echarnos con viento fresco. Yo ya me estaba preparando para ejercitar una cortés despedida, cuando nuestro interlocutor empezó un monólogo interminable sobre las bondades y milagros de ser una empresa ágil con equipos muy preparados. En algún momento, he de reconocer, que pensé en salir corriendo pero finalmente traté de ordenar, mentalmente, todas las explicaciones que estaba escuchando. A la vez, y durante todo ese largo tiempo, seguía imaginándome interrogando en la playa a los “atletas” sobre sus “porqués y paraqués”. Como la imaginación era mía, me respondían gustosamente en lugar de propinarme un merecido mamporro. Las respuestas eran variopintas e iban desde aspectos relacionados con la salud, pasando por los relativos a la imagen personal y terminando en los derivados de la práctica deportiva.
El discurso de mi interlocutor finalizó con un: “¿entiendes, ahora, para qué y por qué quiero lo que os planteo?” Evidentemente, mi respuesta fue una negación rotunda. No estaba indicando, con mi respuesta, que las explicaciones del directivo fueses obtusas o erróneas. Simplemente me desconcertaba que en toda su explicación no hubiera ninguna mención al dinero, al rukiki (término empleado por mi admirado Manuel Romera).
En mi opinión es un error perder de vista que la agilidad y la buena organización, en las empresas, tienen que tener en cuenta que su fin debe residir en mejorar la rentabilidad. Por ejemplo se puede tener un gran conocimiento de la estructura de costes, un sistema de precios flexible y orientado al cliente; pero todo ello debe (cuanto menos) mantener los márgenes. Se es ágil si se alcanza a tener una acertada visión de aquello que esté por acontecer en la competencia, en los clientes, etc y se obra en consecuencia. Pero todo ello no deja de ser algo relativo si no se consigue (por ejemplo) una venta y, por su puesto, cobrarla. Podemos ser muy buenos en conocer nuestros costes, pero tenemos que ser mejores en ahorrar mejorando nuestra gestión y ser en definitiva más rentables.
Por otro lado hay que huir de los “esteroides”. El fin no justifica determinados medios. Una empresa ágil tiene que estar conectada a todas las fuentes de información, al mercado y a todo aquello que tenga interés para conocer las preferencias de los clientes y las mejoras de productos y servicios. Es cierto que para eso hay que trabajar mucho y bien, hay que pasar horas en el gimnasio. Pero en esto, a diferencia algunos propietarios de abdómenes esculpidos, no vale hacer las cosas para sentirse bien consigo mismo. En el mundo empresarial hay que tener el abdomen de Cristiano Ronaldo o Puyol para ganar competiciones o ligar (eso es un triunfo también), no para exhibirse ante el espejo (ojo, el culturismo es competición). Y solo cuando metamos un gol (ganemos rukiki) podremos levantar la camiseta y enseñar los abdominales.
Por cierto, os aseguro que la despedida con el directivo fue cortés. Ayer comenzamos a “entrenarle” y ya sabe diferenciar el billete de cincuenta euros de los post-it que tiene en la mesa de su despacho.
Una vez más, mi agradecimiento a Manuel Romera Director del área Financiera del IE Business School por sus clases magistrales.