lunes, 3 de septiembre de 2012

Siempre se ha hecho así (pero estamos a tiempo de… ¿cambiar?)



Siempre se ha hecho así (pero estamos a tiempo de… ¿cambiar?)

El otro día leía una de las publicaciones de José Barato (director de PMPeople) y me inspiró para haceros partícipes, desde mi punto de vista, de uno de los grandes males de las organizaciones empresariales en nuestro país. Nuestras carencias como directivos.
 Comienzo con una cita usada por el mismo José Barato, y que me llevó a releer el libro El Príncipe de Nicolás Maquiavelo, donde ésta aparecía.  “Pues debe considerarse que no hay nada más difícil de emprender, ni más dudoso de hacer triunfar, ni más peligroso de manejar, que el introducir nuevas leyes. El innovador se convierte en enemigo de todos los que se beneficiaban con las leyes antiguas, y no se granjea sino la amistad tibia de los que se beneficiarán con las nuevas.”
Quiero pensar que en nuestro entorno empresarial, comportamientos tan claros como el descrito por Maquiavelo son conocidos y atajados. Claro que mi pensamiento suele desvanecerse entre el lunes por la mañana y el viernes. 

Después de los fines de semana tranquilos donde la familia, algo de deporte, contacto con los amigos y un poco de “hobbie” personal constituyen las máximas ocupaciones; llegan los lunes. Una vez valoradas las próximas expectativas del despacho y repasar las dedicaciones de los equipos de trabajo para la semana, me topo con una desafortunada realidad. Las empresas no están adaptándose para mejorar. Hace tiempo comencé a construir una clasificación artesanal de esas realidades observadas en las empresas (ordenadas de la que más me gusta a la que menos). De entre todas ellas hay una clasificación que afecta directamente a quienes tenemos la misión de liderar nuestras organizaciones pero que nos caracterizamos, quizás, por no tener unos valores demasiado claros o adecuados.
A.                          El directivo que quiere ser aprendiz. Por desgracia, quizás porque es mi favorito, es la que menos encuentro. Yo, hasta cierto punto, lo entiendo. Es natural que todos nos sintamos incómodos si tenemos que aceptar alguna ineptitud en nuestras habilidades. Pero simplemente es reconocer que tenemos que aprender continuamente.
Claro, aquí todos pensamos que este es nuestro caso. Nosotros estamos en un continuo aprendizaje, asistimos a formación, leemos y tratamos de mejorar extrayendo lo más adecuado de todo aquello cuanto vemos. Somos conscientes de que hay cosas en las que podemos mejorar y ponemos nuestro empeño en ello. El problema surge cuando “eso” en lo que nos estamos “formando” no es en lo que tendríamos que poner nuestro empeño. Y si además le sumas que “un extraño”, “vendehúmos”, “cuentacuentos” y demás calificativos, que he escuchado, te dice que estás equivocado… Por eso este grupo es tan pequeño, la realidad es que solo nos gusta aprender lo de siempre. Claro, siempre se ha hecho así.
B.                          El directivo incrédulo. Éste es el más habitual, aquí encontramos ejemplos simplemente con mirar a nuestro más inmediato entorno. Sus frases favoritas son “que va saber éste lo que tenemos que hacer” o “ya hacemos las cosas bien” y “todo eso que dices ya lo hacemos”.
He de decir que con este grupo disfruto mucho trabajando. Se parecen al niño que pregunta mucho y nunca obtiene la respuesta que desea. Si cuando te hacen una pregunta y la respuesta que obtienen es una repregunta cómo: “¿por qué me preguntas algo a lo que tú ya tienes respuesta?”; fruncen el ceño y a veces entran en estado de cólera. Algún avispado directivo incrédulo te llega a responder que: “es para valorar si tienes una respuesta coherente y acertada”. En ese momento está claro que no hay nada que hacer, salvo platear un interrogante y dejarlo en el aire: “¿para que quieres gastarte el dinero en alguien que piense igual que tú?” Evidentemente, solo queda ser educado y despedirse cortésmente. En cualquier caso, y teniendo en cuenta que esta clase de directivo existe y mucho, el incrédulo exige un esfuerzo que muchas veces es gratificante cuando consigues hacer que pase a ser un directivo que quiere ser aprendiz. Este grupo, como he dicho, es muy numeroso. Claro, siempre se ha hecho así.
C.                          El directivo iluso. Peligro, hay que tener mucho cuidado con este. Quiere hacer cosas, muchas cosas, y todas al mismo tiempo. Tiene que demostrar que tiene iniciativa y empuje.
 Te aseguro que no me quiero granjear más enemigos, pero suele encontrarse en demasiadas empresas familiares. En este caso ha alcanzado el cenit sucesorio o está en vías de ello. Busca el santo grial sin “mancharse los pantalones”. Es fácil contactar con ellos, solo hay que tener la “suerte” de haber solicitado una entrevista con ellos para que te reciban y a los pocos minutos quieran incorporar tú “sabiduría” a su organización. Su valoración pasa por que vea cierta solidez en tus conocimientos y que no quieras ser “protagonista”, salvo que las cosas no salgan bien. Ahora bien, sus condiciones al final confluyen en que todo lo que hagas tiene que ser diferente a lo que están acostumbrados o que no te separes de lo que se ha hecho siempre. Claro, siempre se ha hecho así.
D.                          El directivo cobarde. Este grupo realmente es una derivación de los dos anteriores. Es el directivo incrédulo o iluso que pasa a un estado de cobardía.
Si el directivo incrédulo encuentra que tus razonamientos y planteamientos son coherentes tiene que ceder su posición. En ese momento, “el lado oscuro de la fuerza” le convierte en irracional porque sus reticencias no encuentran justificación. Entonces sale a relucir su cobardía innata. Aquí es momento de ponerle a su alcance la salida: “yo entiendo que la inversión que tienes que hacer conmigo está sujeta a un riesgo y tienes que valorar su idoneidad”. Despedida con cortesía y el futuro dirá pasa a directivo que quiere ser aprendiz. Si se parte de un directivo iluso, que solo hace que asentir a todo lo que planteas, se ha vuelto cobarde. Seguro que querrá hacer cosas que él mismo no se atreve a realizar y quiere un “paraguas”. Aprovecha la circunstancia. Hazle la siguiente pregunta: “¿Creo que la inversión que tienes que hacer conmigo es muy alta y no es el momento en la coyuntura actual?”. Como te dice que sí a todo, aprovecha para despedirte cortésmente (hay que ser educado siempre), recordarle que habrá que recuperar el contacto cuando “la cosa mejore” y salir corriendo sin mirar atrás. En definitiva el directivo cobarde es el que al final del camino te va a valorar en contraposición con lo que en su particular ombligo conoce. Claro, siempre se ha hecho así.
Visto este planteamiento, es fácil que te surjan comentarios a favor y en contra. Todos tienen su cabida y resultarán enriquecedores. Ahora bien, cuando acaba el lunes no me resigno a que esto sea así. Siempre he pensado que los directivos son personas cabales y si no consigo colaborar con ellos tiene que ser porque realmente no necesitan las soluciones planteadas o que la calidad de las mismas no es la adecuada para ellos. 
Mañana es martes y seguiré siendo alguien que quiere ser un aprendiz para mejorar las soluciones y su calidad a pesar de que, claro, siempre se ha hecho así.