jueves, 14 de febrero de 2013

Síndrome de Hiperactividad Empresarial



Hace algún tiempo te hablaba sobre lo que hay que hacer ante la avalancha de consejos y relatos sobre las mejores prácticas que te rodean. Gente, como yo, que contamos cosas, que aconsejamos, que impartimos doctrinas o que manifestamos nuestro punto de vista; hay mucha. En este maremágnum, hay autores que por su trayectoria o por lo acertado de sus artículos se sitúan en el reducido grupo de los imprescindibles. Los situamos, entonces, como lectura obligada cuando publican algo nuevo y los releemos hasta la saciedad. Otros autores dan en la diana alguna vez y el resto de los textos son diarreas mentales, lícitas por otra parte. A estos los leemos por referencias o curiosidad. Finalmente están los predicadores, aprendices de ilusionistas y cantamañanas, que tiene que haber de todo. Por desgracia, estos, son muy leídos y por lo que me cuentan hasta son seguidos por ti. Mi madre dice que mis escritos deben ser referencia en el mundo empresarial. Claro que, ella, no lee estas cosas y, además, el amor de madre es infinito. La verdad es que no tengo ninguna pretensión al respecto, bastante recompensa tengo porque me divierto cuando escribo.




Dicho esto, te voy a contar lo que percibo en el tejido empresarial, entre sus directivos, respecto al uso y aplicación que se hace de todo lo que leen a los buenos, a los mediocres y a los productores de humo.

Al hacer un diagnóstico sobre las pequeñas y medianas empresas españolas, en este momento, lo hago desde la emulación de disciplinas propias de la psiquiatría (pido disculpas a los profesionales del ramo). Las empresas, sus directivos, tienen un problema de hiperactividad. Ojo mental y no efectiva, ya quisieran. Además están caracterizados por tener síndromes asociados relativos a la impulsividad y el negacionismo.

La impulsividad la manifiestan en las horas tempranas de cada jornada. Dentro de su operativa diaria, al comienzo de la mañana, revisan sus correos, su Linkedin de turno y en definitiva revisan su espectro social en la red. En este proceso hay que entender el momento en el que se encuentra el directivo. Ha llegado a la compañía y ya le han hecho partícipe de algún problema. Además su agenda no puede esperar, hay citas planificadas y tareas. El tiempo para ver lo que dice, hoy, la red es limitado. Se lee lo más fácil de leer, lo más rápido. En otro momento se leerá lo que tiene más enjundia o es referente para el directivo.

Casualidad o no, no lo sé. El caso es que todo lo que lee, el directivo en ese momento, es pura basurilla de los cantamañanas y vendedores de humo. Piénsalo, hasta tú puedes escribir tonterías de esas que te prometen “el oro y el moro” si sigues sus consejos. Es curioso, el teclado del ordenador no da calambrazos y te permite las combinaciones de caracteres que quieras. Hace poco leía que las “cartas nigerianas” (esas que te prometen dinero si ayudas a otro a liberar sus fondos en un país lejano) siguen haciendo estragos entre los incautos. Pues esto es parecido. Hay muchos directivos que se lo creen y lo peor es que tratan de aplicar lo que dicen los predicadores de lo fácil. Esto es lo que yo diagnostico como el síndrome de la impulsividad.

El directivo ha leído como, por arte de magia, sus problemas van a desaparecer. Como es un directivo hiperactivo impulsivo, pues, aplicando que es gerundio.

Conforme avanza el día y aparecen momentos para el “estudio” es posible que, el directivo, lea aquello que por la mañana dejó para una mejor ocasión.

Las nuevas lecturas tienen un nexo que los unifica. El sentido común. Los autores son gente acreditada por su gran experiencia y fundamento o son gente normal que han dado, hoy, con la tecla adecuada. En definitiva, independientemente de su origen, el pensamiento del directivo cuando los lee siempre es el mismo. El directivo reconoce el sentido común de lo que ha leído, reconoce su bondad y acierto. En este escenario, parece que lo lógico es que aquello que ha dado por adecuado se intente aplicar en su empresa. Pues no. En ese momento aparece el negacionismo del directivo.

El negacionismo en el mundo empresarial consiste en optar por alguna de las siguientes alternativas ante una buena práctica empresarial sugerida.

La primera se refiere a dar por bueno el pensamiento por el cual la empresa, del directivo en cuestión, no es normal. A ver, hay burros de diferente pelaje e incluso raza; pero en definitiva son burros. Bien, pues en la empresa igual. Los problemas serán diferentes o incluso con problemas semejantes tendrán soluciones diferentes (los del copia y pega son los predicadores). Tu empresa es igual que la de al lado, tiene problemas, no lo niegues.

La segunda tiene que ver con que el directivo asevera que esa práctica empresarial que le sugieren es para otros. El directivo está seguro de que el asunto de referencia se realiza de manera modélica en su compañía. Yo, como no soy negacionista, diré que vale; pero sí y solo si el directivo es capaz poner por escrito las razones. Es la prueba del algodón. Si se es capaz de escribirlo de manera lógica es que lo hacen bien y lo tienen controlado. Puedes hacer la prueba, ya presiento como te sonrojas.

Por tanto el directivo impulsivo y negacionista provoca que su empresa sufra un síndrome de hiperactividad que le lleva a escarbar un pozo sin visos de encontrar fondo.

Si estás leyendo esto por la mañana, no seas impulsivo. No apliques mis consejos ahora.  Intenta releerlo en otro momento. Si en ese segundo intento, no eres negacionista; busca otro momento para volver a leerlo. Me tienes que negar, no puede ser que hayas dominado tu impulso y además estés de acuerdo conmigo porque creerías haber dejado de lado tu hiperactividad y pensarías que estás haciendo las cosas bien. Recuerda, leyendo y aplicando un “mágico” post no se pasa de hacer las cosas mal a realizarlas bien. Necesitas un profesional que trate tu enfermedad de tú a tú con una solución particular a tu problema. Los artículos y las opiniones tienen que orientarte para que busques soluciones no para darte las soluciones. Para eso hay que conocerte y los que escribimos no te conocemos.