martes, 1 de octubre de 2013

Comerciando con el peligro (y II)




Habían pasado unos días desde las últimas “andanzas” de aquel “comercial” y su aburrimiento crecía por momentos (si quieres refrescarte con la primera parte: click para ver el artículo anterior). Asumir que sus actividades tenían que seguir las pautas de otros, a los que consideraba inferiores, disminuía su velocidad de ascenso. Por otro lado, sus experiencias habían llegado a oídos del presidente de la compañía; su padre.

La verdad es que a pesar de que estos comportamientos solo son admitidos en, y por desgracia, en muchas empresas familiares; también son visibles en directivos sin lazos de sangre. En este último caso, la diferencia es que suele costar el puesto u otro tipo de consecuencias. Por eso no creas que porque tú no formes parte de alguna generación de empresa familiar estás exento de tener la misma mediocridad.
El protagonista del caso decidió que tenía que “dar su golpe de efecto” que acallara y eliminara cualquier opinión disidente sobre su valía. El destino vino a visitarle en forma de oportunidad de negocio internacional.
La casualidad quiso que el presidente de la compañía me explicara un plan de expansión en el mercado exterior. Yo era, en ese momento, ajeno al proceso de incubación de la idea y me fue expuesta de la siguiente manera: “Tenemos la oportunidad de colocar nuestros productos en un mercado con una demanda potencial de nuestros productos muy importante. El área de actuación es el mercado LATAM. Hemos atendido la visita de las personas que están interesadas en abrir la línea de negocio. Han confirmado las cualidades de nuestras instalaciones y del producto que fabricamos. Tenemos grandes perspectivas y nuestra preparación está acreditada”.
Sin saber cómo, porque hoy día sigo preguntándomelo, me encontré en una inmensa sala de juntas dónde el hijo del fundador presentaba un power point sobre la idea de negocio. No voy a explicarte el contenido ni su estructura; ese tipo de presentaciones las conoces muy bien. Los asistentes eran los miembros del comité de dirección, el presidente, el orador y servidor. En la primera diapositiva ya había decidido imponerme una “ley de silencio” por aquello de mantener las formas. He de reconocer que dediqué más tiempo a la observación de la tecnología con la que estaba dotada la sala, que atender al discurso.
Cuando la explicación terminó se hizo el silencio, ningún directivo emitió juicio alguno. En mi opinión, unos estaban resignados y otros estaban pensando en su día a día. Coincidieron todos en dirigir sus miradas al presidente. Este, a su vez, me miró a mí. Como si fueran robots, el resto de la sala clavó sus miradas en mí. Cerré mi cuaderno de notas, es lo único que no he “tecnificado” de mis herramientas. Por supuesto que no había escrito nada. Tuve la esperanza de que el gesto denotara mi opinión, pero fue en vano. El presidente me preguntó: “¿Qué opinas?” Una vez más, evidenciaba el “leit motiv” del libro que recientemente había publicado (Historias de Pymes, de andar por casa): ¿Qué han hecho las empresas para merecer esto?
Me contuve y recurrí a la respuesta de manual: “Más allá de la idea lo importante es su plan de negocio para llevarla a cabo. Ya sabes; vivimos en un entorno supercompetitivo, con proveedores de todo tipo y de todos los rincones del mundo buscando hacerse un hueco en el mercado global. Para emprender este camino hay que prepararse a conciencia…” No me dejó seguir y me cortó con una frase lapidaria: “Ya sabes que soy perro viejo”. Si fuera un caballo, tal golpe de espuela no me habría incitado tanto.
Mi propósito, apacible, se había ido al garete y contesté con un viejo dicho: “No se pueden enseñar trucos a un perro viejo, por eso los perros no dirigen empresas”. Mientras mantenía mi mirada sobre el presidente, escuché como desde el fondo de la sala su hijo me recriminó: “Creo que ese comentario ha estado fuera de lugar”. Posiblemente tenía razón pero me mantuve frente al empresario y le dije: “si me has pedido opinión tienes que escucharla, si no; no la pidas”. El buen juicio del empresario encauzó la situación diciendo: “Me refería a que somos conscientes de que tendremos que solucionar aspectos complicados. Nos planteamos una acción cooperativa con un socio estratégico para hacer crecer el negocio; y por ello quiero tu opinión”.
Esto último se situaba en las antípodas de lo que su hijo había contado en la presentación. La exposición no hablaba de planteamientos sino de hechos consumados. Era evidente que, en apariencia, lo que era una decisión tomada en un extremo de la mesa era, en realidad, un planteamiento a valorar en el otro extremo. A pesar de la “tregua” dialéctica que se me planteaba quise lanzar una “carga de profundidad” a los durmientes directivos allí presentes: “Como sabes opino que una dirección que espera tener que enfrentarse a situaciones difíciles, es mediocre. Por eso una dirección que se preocupa por adelantado de todas las situaciones y soluciones posibles es lo que creo que se necesita como punto de partida. Dicho esto, mantengo que un planteamiento como el que quieres llevar a cabo requiere preparase a conciencia”.
La reunión acabó sin más “altercados” y he empezado a colaborar en la planificación de la colaboración con el socio estratégico en la zona.
Mi primer escollo, estoy en ello; solucionar un acuerdo por el cual se han servido productos para la promoción en la zona sin control, sin ningún compromiso de feedback, corriendo con todos los gastos. Sin saber si los productos poseen una ventaja competitiva importante (uso, diseño, flexibilidad, capacidad/rapidez de servicio…). Sin conocer las diferencias locales importantes, que implique que adaptar el producto a los gustos del mercado: formas, colores, composiciones… Sin tener idea de la demanda demostrada para los productos. Sin información sobre los canales de distribución disponibles, los sistemas de transporte y logística…
Para tí y para conseguir disminuir tu problemática debes considerar que en el ámbito de la gestión; un acto, un hábito, un error, no producen sólo un efecto; sino una serie de efectos. De éstos, únicamente el primero es inmediato, y dado que se manifiesta a la vez que se causa; lo ves.
Los demás efectos, como se desencadenarán sucesivamente, no los ves y deberás preverlos. La diferencia entre ti y un buen directivo se reduce a que, mientras sólo te fijas en el efecto visible, el bueno tiene en cuenta el efecto que se ve, pero también aquellos que son precisos prever.
No procures el exiguo bien momentáneo al que puede seguir un gran mal duradero.