martes, 4 de junio de 2013

Historias de PYMES de “andar por casa” capítulo VI. Las existencias



La dura realidad, endúlzala con buenas formas, pero combina el saber con la correcta intención. Esta era una premisa que debió existir, alguna vez, a la hora de determinar el valor de las existencias que reflejaban los estados contables en las PYMES.

En algún momento, en tu compañía, los criterios para determinar las existencias eran los resultantes de que, como parte de tu activo, adecentaran el resultado de tu empresa ante accionistas poco instruidos, consejeros de postín, bancarios ansiosos, y demás fauna que convivía alrededor de las PYMES. Por otro lado, tu particular “pepito grillo” fiscal evaluaba su repercusión impositiva; manoseando, en consecuencia, a las existencias con el fin de aportar lo menos posible al fisco. A todo esto, la dirección de la compañía, estaba más preocupada en saber si de un material había dos, tres o quince unidades.
Todo el mundo se veía afectado por los inventarios cuyos cuadres se producían por “martillazos” que sonrojarían a cualquiera que lo contemplara desde fuera. Ahí era donde, en el momento apropiado, se producían los “ajustes” en unidades y costes para que los auditores no reflejaran salvedades sobre las existencias que desmontara este inmenso castillo de naipes.
Hasta aquí nadie puede mostrar sorpresa. Pero claro, lo conoces porque lo hacía la empresa de al lado…
En estos momentos se ha hecho necesario llegar a que las existencias cumplan aquello del reflejo fiel (o al menos que tú seas consciente de la realidad). Antes también era necesario, pero parece que no se tenía en cuenta.
Todas estas reflexiones vinieron a mi cabeza mientras esperaba en el hall de una compañía para ser atendido por un CEO y su adjunto. La persona culpable de estos pensamientos malignos fue un, amable, recepcionista que me atendió a mi llegada informándome que mis interlocutores estaban en el almacén atendiendo unos asuntos del inventario trimestral.
Y con estos pensamientos me estaba distrayendo cuando, finalmente, llegaron y sus caras no trasmitían preocupación ni desasosiego. Comercialmente, para mí, era una buena señal. En esa empresa no eran conscientes de lo que hacían con sus existencias y, claramente, necesitaban ayuda. Mi ayuda.
Sin perder más tiempo, que para las presentaciones, había que ir al grano y dije: “Para poder determinar si puedo ayudarles con su problema de existencias necesito saber, exactamente, cuál es el problema que creen que tienen.” Aquí es donde los “adjuntos” se llenan de gloria. Sin que su superior tuviese tiempo de hacer, ni decir nada, me dijo: “Hombre, tendremos que valorar si creemos que estas capacitado para trabajar con nosotros en ello”.
En este tipo de momentos, o al menos ese es mi criterio, hay que mostrarse seguro y eficaz porque eso es lo que necesitan las empresas; seguridad y eficacia. Yo emplee la fórmula del tono de voz y la mirada para demostrar seguridad y la agudeza mental para hacer callar con eficacia al oponente durante el tiempo suficiente. De este modo dije, reproduciendo alguna lectura cuyo autor no recuerdo: “La vanidad es respetable en los genios y ridícula en los tontos. Las empresas necesitan del genio más que del imbécil y de la talento más que de la mediocridad”. Mientras el adjunto rebuscaba en su mente una respuesta a la altura, yo hice un gesto (a su jefe) que expresaba claramente un “¿Qué quieres que hiciera? Ya no tiene edad para que le diera un soplamocos.” El director intervino y me dijo: ”Tenemos divergencias en la valoración de las existencias de productos semielaborados en el momento de cierre de los inventarios”. Con el adjunto como mero espectador, inicié un diálogo con el director en la que le pude expresar mi opinión sobre su sistema de valoración de esa parte de las existencias.
En este caso su método se determinaba, como en tantos otros, a partir del porcentaje del producto que estaba realizado. Entonces el valor del producto semielaborado lo determinaban aplicando el mismo porcentaje al valor del producto acabado. Parece de sentido común. Ahora bien, creo que es un error identificar el sentido común de algo con la sensación intuitiva de estar de acuerdo. El sentido común es algo más y por eso escasea tanto.
Voy a ponerte un ejemplo, a ver si te despierto. Imagina que haces piruletas de caramelo, cuyo valor final es de 10 céntimos por unidad en tus existencias. En el momento de hacer el inventario tienes palitos sin caramelo. Estimas que cada palito es un 2% del valor de la piruleta acabada (y supongamos que es una estimación perfecta); entonces el valor de cada palito es un 2% de 10 céntimos. Por otro lado el coste de compra del material necesario para fabricar una piruleta es de 5 céntimos. Lo que implica, siguiendo el mismo razonamiento, que el material para fabricar un palito tendría un coste de 0,1 céntimo (el 2% de 5 céntimos). Ahora bien los costes reales de compra del material para fabricar palitos son de 0,08 céntimos por palito. Entonces, la solución, dar martillazos para que golpe a golpe consigas cuadrar ambas cantidades.
La única valoración real es la que considera los costes, exactos, de materia prima en curso; los costes, exactos, de la mano de obra aplicada a la semi transformación de la materia prima anterior.
En el caso de mi cliente se conocía con exactitud el coste por hora y máquina; y el coste de la materia prima. Sí, en tu empresa también sois unos “hachas” con los tiempos de vuestras máquinas y de las piezas que produce. Sois unos “hachas” en las compras y tenéis controladísimos los costes de la materia prima.
Yo te digo que las grandes palabras producen hartazgo porque se oyen en todos los sitios. Por eso, creo, que es mejor hacer que hablar.
¿Sabes cuánto tardas en llevar piezas de una máquina a otra? ¿Sabes cuánto tardan tus máquinas en empezar a fabricar una serie? ¿Sabes cuánto te cuesta la hora de cada persona que fabrica producto? ¿Sabes cuánto te cuesta el almacenamiento de tus productos semielaborados? Es decir, ¿tienes información?
La información, lo es, si es la respuesta exacta a una pregunta. Pero como eres de los que sigue la práctica común, solo puedo utilizar como método de convicción darte la respuesta a la última pregunta.
Simplemente, no tienes información. Eso sí, no la tienes porque no quieres.