martes, 10 de septiembre de 2013

Con la dirección equivocada

Una vez escuché que ser “el general” es un estado mental. Expresado de otro modo, más acorde a mis costumbres, dirigir una empresa, organización o incluso la propia carrera profesional requiere tener la cabeza “amueblada” con conocimiento y sentido común.

El conocimiento, a estas alturas, ya sabes dónde y cómo puedes intentar adquirirlo. Si lo tienes, tienes que organizar el conocimiento. No sería la primera vez que debates sobre algo mezclando “ingredientes” que nada tienen que ver unos con los otros. En este sentido, con demasiada frecuencia, desde las empresas y sus dirigentes preparan “arroz negro con caldo de pollo” para sus “menús”. No puedo poner en duda la “nouvelle cuisine”, pero la gestión empresarial y su dirección es otra cosa.
Por otro lado está el sentido común. No voy a centrarme en este aspecto y su capital importancia. Puedes encontrar lo necesario en muchos otros de mis artículos. Simplemente te recuerdo que: “Con el sentido común no se nace. El sentido común se aprende, aprehende y practica”.
En estos días, atendí a un director general que llevaba un par de meses en el cargo. Había promocionado al puesto de “general” después de una brillante carrera en la compañía y de haber superado la selección final que hizo el grupo empresarial. A lo largo de su vida profesional había procurado mejorar su formación de manera continuada. En la entrevista, que tuve con él, me relató cómo eran las relaciones que existían en su organización.
Reconozco que, en ocasiones, puedo parecer tajante pero no me gustar desperdiciar el tiempo. No dejé que sus explicaciones se extendieran más allá de treinta segundos. Mi pregunta pretendía contener una dosis importante de ironía: “Tú, cuando vas al médico, ¿cuentas cómo es el dedo gordo de tu pie cuando te duele la garganta?”.
Supongo que se desconcertó en exceso. Me respondió un lacónico “no”. ¡No podía ser! Iba a tener que aclarar al director que mi pregunta era, tan solo, un recurso irónico. Si fuese a requerir los servicios de esa empresa, ya me habría levantado. En este caso, yo ofrecía mis servicios y sin duda alguna en la compañía de este director había muchas carencias.
Vista la situación, me acomodé y poniéndome en modo “rec” invité a mi interlocutor a que me explicará cuales eran, para él, sus problemas.
Después de ciertas vaguedades tipo a: “algunos de los miembros de mi equipo están muy dispersos”, “tengo que estar pendiente de todo”, “he tenido que multiplicar el tiempo que tengo que estar en la empresa trabajando”, etc.; me di cuenta que, como en tantos otros casos, no conocía cuales eran sus problemas.
Sin saber cómo me encontré escuchando toda la historia de su reciente promoción. No lo tenía previsto, pero decidí no impedirlo para ver si me servía para “centrar” el tema.
Los comportamientos en las empresas, cada día, me sorprenden más por el parecido entre todas ellas. Por eso te voy a detallar lo que me contó porque, quizás, te des por aludido.
La empresa disponía de un director general que había sido nombrado circunstancialmente hacía un año. Habían elegido a “uno de la casa” que mantuviese una línea continuista y que atesorase un conocimiento “histórico” de lo que siempre se había hecho.
Yo sobre hechos pasados que no tienen solución no me gusta perder el tiempo, pero tú puedes reflexionar sobre aquella decisión.
Durante el “mandato” de aquel director se puso en marcha un proceso de selección profesional para encontrar al candidato ideal. Ese proceso se desencadenó internamente y externamente. Se abrió la posibilidad a candidaturas internas y eso permitió que mi interlocutor se postulara al cargo. Él era adjunto a la dirección en otra compañía del grupo empresarial.
Fruto de ello, y tras el proceso que no voy a describir, éste obtuvo el puesto. A partir de aquí es lo que a mí me interesaba realmente.
El nuevo director, tenía que conformar su equipo. Su primer criterio residió en incorporar a personas que en esa compañía le habían ayudado en su proceso de selección. Recuerda que él venía de otra del mismo grupo y le vino muy bien conocer de primera mano cuestiones previas que facilitaron su labor de convicción al consejo de administración del grupo.
Por otro lado, otra parte del grupo directivo estaban elegidos siguiendo (en gran medida) consejos de los nuevos miembros que te he descrito antes.
A las primeras de cambio, se produjeron los siguientes comportamientos que te agrupo en perfiles (los nombres son cosecha mía):
1.      Jefecillos venidos a más: Fruto de incorporar a personas que le habían ayudado en su promoción, incorporó a miembros que lejos de trabajar pavoneaban su nuevo estatus.
2.      Jefecillos sobrepasados: De nuevo, fruto de incorporar a personas que le habían ayudado en su promoción, incorporó a miembros que no tenía competencias profesionales adecuadas a su nuevo estatus.
3.      Jefecillos tribales: Fruto de que los anteriores habían “recomendado” a determinados miembros; éstos referenciaban a su respectivos “promotores” como su director obviando al auténtico director general.
El alto grado de responsabilidad del director general, lejos de reconducir la situación, le había llevado a cubrir personalmente las carencias de todo su equipo.
Llegado este punto, interrumpí el discurso del director. Tal y como me planteaba el problema tenía más pinta de intervención de profesionales de las áreas de personal. A priori había que trabajar en un mejor enfoque del personal; bien por su sustitución bien por su adecuación al puesto.
En el momento que le hice saber mi opinión me replicó: “¡No puede ser! El equipo, de momento, me lo tengo que comer o renunciar a mi carrera profesional en la empresa. Ahora mismo necesito implementar en la empresa un sistema de gestión que sea capaz de funcionar con estas limitaciones. Más adelante, se podrán poner en marcha actuaciones para el personal.”
No me pude reprimir y le espeté: “Por fin veo que puedes llegar a ser un buen director general y no el cafre que creía que eras hasta ahora. Has conseguido definir un problema. Has conseguido decirme cuál es tu problema y tienes clara la solución. Aún no sé si aciertas en el diagnóstico y en la solución que buscas, pero algo tendrás para haber sido elegido y tienes que tomar tus propias decisiones. Ahora bien; si no te consideras un líder, no pones pasión en lo que haces, no tienes capacidad para trabajar en equipo y no tienes confianza en ti mismo; no lo conseguirás. Considera todo ello, primero, y luego pasa a la acción.”

Y tú, ¿sigues mirándote el dedo gordo del pie mientras te duele la garganta?