viernes, 17 de mayo de 2013

Historias de PYMES de “andar por casa” capítulo IV. La comercialización.



En el ámbito de la comercialización, en sus motivaciones y consecuencias, existen multitud de historias en las PYMES. Seguro que habrás leído, escuchado o conocido muchas y variadas. Pero como dice la cita que escribió Homero: “De que te ríes, si cambias el nombre, la historia habla de ti”. En cualquier caso, hoy, no solo te voy a contar alguna historia de PYMES, sino que voy a hacer un esfuerzo contigo.

No te voy a remitir a esas ideas preconcebidas, que tanto te gustan, sino que voy a contarte lo que funciona y cómo funciona sin florituras, que tanto te gustan. Antes de seguir te voy a confesar dos debilidades sobre lo que quiero exponerte. Una, si sigues mi línea puedes llevar a tu organización hacia la mejora; pero no te puedo garantizar que lo hagas mejor que tus competidores (ellos también están leyendo esto). Dos, no vas a conseguir tener una organización excelente; solo vas a tener una evolución de incompetente a correcta.
Día soleado, incluso caluroso, después de un fin de semana en el que pude cargar las “pilas” a máxima capacidad. Después de la espera en la sala a tal fin, sí esa que hay en todas las empresas y que siempre tienen una temperatura que quiere competir con el infierno, me recibe el Consejero Delegado de una empresa proveedora del sector logístico y almacenaje. Con una cordialidad manifiesta, pero con la idea de marcar diferencias, mi interlocutor me dijo esto: ”Seguro que si te pregunto cuántas empresas conoces que hagan mi producto, me dices un par de ellas”. Simplemente, porque procuro prepararme antes de una cita; me interrumpió a la octava cuando le enumeré “a lo godo” una lista de empresas que se dedicaban a lo mismo. Puede que seas un lector joven; la frase “a lo godo” no es una errata de gordo sino que ser refiere a una emulación de una retahíla al modo de la lista de los reyes Godos que, yo al menos, tuve que memorizar en mi E.G.B. (Educación General Básica).
En este caso, mi buen amigo consejero, tenía un problema. Un problema de necesidad. Tenía una necesidad de concienciarse de que su política comercial necesitaba un cambio. ¿Por qué? Por qué, para empezar, asumía que “su público” solo era conocedor de un par de empresas de la competencia.
Como ya me conoces un poco, sabes que rehusé de intentar llegar a un entendimiento ni comprensión con él. Terminé la presentación de mi empresa y me despedí cordialmente.
Me encontraba paseando, otro día, por unos jardines contiguos a la sede de una empresa donde minutos más tarde tenía concertada una entrevista. A dicha reunión asistieron los dos socios (al 50%, ¡horror!) de una compañía cuya actividad era la prestación de servicios especializados y sujetos a control legislativo. No era mi primera entrevista y yo tenía las alforjas llenas de información que me habían transmitido ellos y su equipo directivo en anteriores ocasiones.
Sin encomendarse a nadie más, que ellos dos como socios, decidieron suplir su falta de ventas con un plan de expansión basado en un amago de franquiciado. Digo amago, porque la plasmación de su plan era (simplemente) encontrar colaboradores en distintas provincias para que ejercieran la representación, tutelada, de su firma. Ni que decir tiene que lo de llamarlo plan es cosecha propia, porque allí no había nada formal que hiciera pensar en algo realmente organizado.
Ante esto la reunión no tenía muchas alternativas diferentes para desarrollarse. Esto es, saludos y servidor con el siguiente discurso: “Sois buenos percibiendo que necesitáis un cambio. Cuanto más grande es el cambio o mayor necesidad de él existe, mayores son los recursos que correspondería emplear. Esta es la consecuencia más lógica para vosotros pero, en vuestro caso, los recursos deben reducirse con el cambio. Este cambio requiere rapidez y persistencia. Y, además, tenéis muchas barreras internas porque el cambio ha hecho aparecer miedo en vuestra empresa a perder la silla.”
Como debes de haberte dado cuenta, la pareja de socios habían encargado a un directivo, que no respaldaba la idea (o sea el de la silla), la selección de los posibles colaboradores. Ninguno daba el perfil, para él, o el proceso de selección se acomodaba a su tiempo y no a la necesidad de la empresa. Como no había un adecuado liderazgo, se incurría en un exceso de coste de recursos.
Otro día viajaba en el coche cuando, en una emisora local, oigo un anuncio de la empresa de mi apreciado Consejero Delegado (el del primer caso). Publicitaban su producto con un énfasis especial en que se conociera su marca.
Para mí, enfrentarme a la mediocridad es algo que me estremece y me incita a la acción. Por ello, llamé directamente al consejero y le hice la siguiente pregunta: “¿Alguna vez te has preguntado por qué las ventas de tu producto no se corresponden con la confianza que tú tienes en el producto?”
En fin, sobre estos casos no quiero hablarte de las soluciones que hemos implantado con ellos, son demasiado particulares y ya me conoces: tus problemas son diferentes.
A pesar de ello y porque pienso que es muy fácil, y cómodo para ti, que hayas apreciado la insensatez de estos ejemplos de PYMES en lugar de lo hayas hecho de manera fructífera; voy a darte algunas “puntadas con hilo” sobre lo que deberías tener claro.
Los cambios e innovaciones que tienes que hacer en tu área comercial pueden hacerse de muchos modos, incluso hasta de la forma más eficaz (como la mía), pero no pueden tener, todas ellas, el mismo defecto; que no se atengan a tu manera de hacer las cosas.
Y, por otro lado.
Los cambios e innovaciones que tienes que hacer en tu área comercial traen consigo el reto de su ejecución. Tendrás dificultades serias a la hora de traducir todo ello en acción. Pero, quizás, mi planteamiento se aparta del estado normal de ellas porque se basa en incrementar la curva de valor de tu empresa a un menor coste. Créeme, no es cierto que tu desafío implique medidas descomunales, concéntrate en acciones que generen influencias descomunales.