La dura realidad, endúlzala con buenas formas,
pero combina el saber con la correcta intención. Esta era una premisa que debió
existir, alguna vez, a la hora de determinar el valor de las existencias que
reflejaban los estados contables en las PYMES.
En algún momento, en tu compañía, los
criterios para determinar las existencias eran los resultantes de que, como
parte de tu activo, adecentaran el resultado de tu empresa ante accionistas
poco instruidos, consejeros de postín, bancarios ansiosos, y demás fauna que
convivía alrededor de las PYMES. Por otro lado, tu particular “pepito grillo”
fiscal evaluaba su repercusión impositiva; manoseando, en consecuencia, a las
existencias con el fin de aportar lo menos posible al fisco. A todo esto, la
dirección de la compañía, estaba más preocupada en saber si de un material
había dos, tres o quince unidades.
Todo el mundo se veía afectado por los
inventarios cuyos cuadres se producían por “martillazos” que sonrojarían a
cualquiera que lo contemplara desde fuera. Ahí era donde, en el momento apropiado,
se producían los “ajustes” en unidades y costes para que los auditores no
reflejaran salvedades sobre las existencias que desmontara este inmenso
castillo de naipes.
Hasta aquí nadie puede mostrar sorpresa. Pero
claro, lo conoces porque lo hacía la empresa de al lado…
En estos momentos se ha hecho necesario llegar
a que las existencias cumplan aquello del reflejo fiel (o al menos que tú seas
consciente de la realidad). Antes también era necesario, pero parece que no se
tenía en cuenta.
Todas estas reflexiones vinieron a mi cabeza mientras
esperaba en el hall de una compañía para ser atendido por un CEO y su adjunto.
La persona culpable de estos pensamientos malignos fue un, amable,
recepcionista que me atendió a mi llegada informándome que mis interlocutores
estaban en el almacén atendiendo unos asuntos del inventario trimestral.
Y con estos pensamientos me estaba distrayendo
cuando, finalmente, llegaron y sus caras no trasmitían preocupación ni
desasosiego. Comercialmente, para mí, era una buena señal. En esa empresa no
eran conscientes de lo que hacían con sus existencias y, claramente,
necesitaban ayuda. Mi ayuda.
Sin perder más tiempo, que para las
presentaciones, había que ir al grano y dije: “Para poder determinar si puedo
ayudarles con su problema de existencias necesito saber, exactamente, cuál es
el problema que creen que tienen.” Aquí es donde los “adjuntos” se llenan de
gloria. Sin que su superior tuviese tiempo de hacer, ni decir nada, me dijo: “Hombre,
tendremos que valorar si creemos que estas capacitado para trabajar con nosotros
en ello”.
En este tipo de momentos, o al menos ese es mi
criterio, hay que mostrarse seguro y eficaz porque eso es lo que necesitan las
empresas; seguridad y eficacia. Yo emplee la fórmula del tono de voz y la
mirada para demostrar seguridad y la agudeza mental para hacer callar con eficacia
al oponente durante el tiempo suficiente. De este modo dije, reproduciendo
alguna lectura cuyo autor no recuerdo: “La vanidad es respetable en los genios
y ridícula en los tontos. Las empresas necesitan del genio más que del imbécil y
de la talento más que de la mediocridad”. Mientras el adjunto rebuscaba en su
mente una respuesta a la altura, yo hice un gesto (a su jefe) que expresaba
claramente un “¿Qué quieres que hiciera? Ya no tiene edad para que le diera un
soplamocos.” El director intervino y me dijo: ”Tenemos divergencias en la
valoración de las existencias de productos semielaborados en el momento de
cierre de los inventarios”. Con el adjunto como mero espectador, inicié un
diálogo con el director en la que le pude expresar mi opinión sobre su sistema
de valoración de esa parte de las existencias.
En este caso su método se determinaba, como en
tantos otros, a partir del porcentaje del producto que estaba realizado. Entonces
el valor del producto semielaborado lo determinaban aplicando el mismo
porcentaje al valor del producto acabado. Parece de sentido común. Ahora bien,
creo que es un error identificar el sentido común de algo con la sensación
intuitiva de estar de acuerdo. El sentido común es algo más y por eso escasea
tanto.
Voy a ponerte un ejemplo, a ver si te despierto.
Imagina que haces piruletas de caramelo, cuyo valor final es de 10 céntimos por
unidad en tus existencias. En el momento de hacer el inventario tienes palitos
sin caramelo. Estimas que cada palito es un 2% del valor de la piruleta acabada
(y supongamos que es una estimación perfecta); entonces el valor de cada palito
es un 2% de 10 céntimos. Por otro lado el coste de compra del material
necesario para fabricar una piruleta es de 5 céntimos. Lo que implica,
siguiendo el mismo razonamiento, que el material para fabricar un palito tendría
un coste de 0,1 céntimo (el 2% de 5 céntimos). Ahora bien los costes reales de
compra del material para fabricar palitos son de 0,08 céntimos por palito. Entonces,
la solución, dar martillazos para que golpe a golpe consigas cuadrar ambas
cantidades.
La única valoración real es la que considera
los costes, exactos, de materia prima en curso; los costes, exactos, de la mano
de obra aplicada a la semi transformación de la materia prima anterior.
En el caso de mi cliente se conocía con
exactitud el coste por hora y máquina; y el coste de la materia prima. Sí, en
tu empresa también sois unos “hachas” con los tiempos de vuestras máquinas y de
las piezas que produce. Sois unos “hachas” en las compras y tenéis
controladísimos los costes de la materia prima.
Yo te digo que las grandes palabras producen
hartazgo porque se oyen en todos los sitios. Por eso, creo, que es mejor hacer
que hablar.
¿Sabes cuánto tardas en llevar piezas de una
máquina a otra? ¿Sabes cuánto tardan tus máquinas en empezar a fabricar una
serie? ¿Sabes cuánto te cuesta la hora de cada persona que fabrica producto?
¿Sabes cuánto te cuesta el almacenamiento de tus productos semielaborados? Es
decir, ¿tienes información?
La información, lo es, si es la respuesta exacta
a una pregunta. Pero como eres de los que sigue la práctica común, solo puedo
utilizar como método de convicción darte la respuesta a la última pregunta.
Simplemente, no tienes información. Eso sí, no
la tienes porque no quieres.