Al
día siguiente hice “tabla rasa” de la jornada anterior. Volví a mis costumbres
habituales y, cual si fuera un reconstituyente, el café en el bar de siempre me
trajo renovadas ganas de enfrentarme al problema.
Ya
en el despacho, dedique diez minutos a reconfirmar que lo que estaba buscando
era lo necesario. Lo tenía claro, el objetivo era lo que necesitábamos. Repasé
las notas que tomé en la reunión del día anterior con los colaboradores y confirmé
todos los aspectos y progresos del equipo.
1º Determinación de las
actividades que influyen en el resultado y la relación entre ellas.
2º Determinación de los gastos e
ingresos de cada actividad. Sus costes resultantes.
3º Mostrar el resultado del
escenario previsto y su evolución futura.
4º Determinación del valor tras la
evolución futura.
5º Expresar todo de manera concisa
y clara.
6º Determinación del valor en el
escenario previsto.
7º Simplicidad para disgregar o
consolidar periodos y escenarios.
Lo
tenía claro, ese era el esquema que me nos iba a permitir desarrollar una
herramienta eficaz para el objetivo del proyecto de OSMI y ARUA.
Revisé,
una vez más, lo escrito y evidencié que el modelo era replicable para cualquier
empresa y aportaría una visión de lo que hace, lo que ingresa y donde, lo que
gasta y donde, su productividad, su capacidad de producción, sus existencias,
sus actividades extraordinarias, su actividad comercial y eficacia. Como
colofón a todo ello permitiría verificar los resultados netos de cada actividad
y la repercusión en los siguientes periodos.
El
modelo debería convertirse en imprescindible para la toma de decisiones. Cumpliría
todos los requisitos, para mí imprescindibles, de un adecuado proceso de toma
de decisiones.
a)
Permitiría incorporar análisis
recurrentes en los procesos habituales de las empresas reduciendo, así, la
complejidad y duración del análisis.
b)
Permitiría plantear distintos
escenarios alternativos como propuestas.
c)
Permitiría evaluar los escenarios
y cuantificar los resultados de cada propuesta y su repercusión sobre cada
actividad
d)
Sobre los escenarios más adecuados
se podría decidir sobre el óptimo y tomar decisiones sobre las actividades de
ese escenario, analizado, propuesto, evaluado y decidido.
Durante
el transcurso de la mañana de ese día pude conformar la idea clara que me
faltaba en el día anterior.
El
esquema mental y gráfico estaba claro. Sabía por dónde empezar, seguir y
acabar. Además, tenía claramente definido lo que había que extraer de la
herramienta.
Finalicé
la mañana atendiendo a las actividades cotidianas de la empresa y pude preparar
la escenificación de mis progresos para la reunión de seguimiento que habíamos
fijado, ese día, para primera hora de la tarde.
Con un dibujo comencé a explicar el modelo. Debíamos determinar la actividad
comercial con todas sus variables y dedicaciones. Sobre la producción debíamos
determinar los costes directos en curso (materia prima, distribución,
maquinaria, mano de obra, etc.). La facturación estaría determinada por la
emitida para cada actividad así como la pendiente. Los costes, refiriéndome a
los indirectos, reflejarían los referidos a la explotación y su repercusión
sobre los anteriores.
De
cada grupo deberíamos poder ver las desviaciones y la comparación con el
escenario que se hubiera previsto.
Continué
desarrollando cada círculo que influía en el resultado, empezando por la
facturación.
Reseñé
cada nuevo círculo que debía acompañar al principal y, cómo tal, constituirse
en ayuda para la comprensión de lo que ocurre, cómo y cuándo se consolida cada
aporte monetario de las actividades desarrolladas.
En
este apartado, se vincularía el modelo con los seguimientos de vencimientos
propios de la facturación. Nunca hay que perder de vista a la tesorería, cuya
falta de control y entendimiento ha provocado desastres empresariales en
organizaciones, aparentemente, bien gestionadas.
Seguidamente
representé los círculos relativos a la actividad comercial. Aparecieron las
actividades de emisión de ofertas como paso necesario para obtener contratos.
Un adecuado seguimiento de las ofertas y su cuantificación forma parte de la
palanca necesaria para obtener las firmas de acuerdos con los clientes.
Fue
necesario considerar la cuota de mercado que puede representar la actividad de
una empresa en tanto en cuenta permitiría una mejor valoración de las ofertas
emitidas. Cien unidades pueden ser muchas o no en función de su representación
frente a la totalidad de las posibles. Había que introducir un elemento que
permitiera ponderar la anterior.
Después
la base de las ventas como conclusión de las anteriores y como base para
evaluar la efectividad de la acción comercial frente a las anteriores.
Estuvimos
tentados de cerrar los círculos pero la premisa del análisis recurrente e
inmerso en la actividad cotidiana de la empresa, nos hizo pensar un poco más
allá.
Era
necesario segmentar al máximo posible todas las actividades comerciales. La
venta es el punto de partida de cualquier negocio y, por ello, debe ser
analizada diseccionando la actividad hasta la más pequeña de sus partes.
El
nuevo círculo apareció. La segmentación de la actividad comercial. Por
tipología de negocio, producto, cliente, destinatario. Recordé, a mis colaboradores,
que OSMI tenía una altísima diversidad de clientes para un mismo producto.
Según la ubicación del mercado atendía a distribuidores, intermediarios o
clientes finales. Por tanto la actividad comercial era variada y diferente.
En
ese momento, incluso, nos permitimos la licencia de pensar en las diferentes
empresas que conocíamos cuyo genotipo comercial encajaba con planteamientos
parecidos, pero que no habían sido pensados de esta manera.
El
penúltimo círculo al que teníamos que incorporar “familia” era el relativo a la
producción.
Aquí
aparecieron, sin lugar a dudas, todos los aspectos relativos a la productividad
resultante de la dedicación para obtener los productos. Incorporábamos, en este
círculo, todo lo referente a las horas de trabajo y su repercusión, peso y
valor sobre el coste final.
Seguidamente,
había que incorporar las compras para la producción y su gestión. Con igual
razonamiento había que reflejar su repercusión, peso y valor sobre el coste
final de cada producto.
El
producto fabricado hay que entregarlo. Por ello, era necesario incorporar la
gestión de entregas. Las pendientes, las finalizadas y adecuadamente
segmentadas.
Finalmente,
incorporamos el círculo de las existencias. Por ser un “agujero negro” habitual
en las empresas, la importancia de este círculo fue apoyada por todos los
colaboradores. Este círculo debía incluir tanto los resultantes de los
movimientos de almacén, como las diferentes cuantificaciones del valor de todos
los productos semielaborados.
Sobre
este último aspecto estuvimos comentando el desconocimiento, que se evidenciaba
en las empresas, sobre el valor de sus existencias. Pero más aún sobre el
conjunto de los productos pendientes de terminar y sujetos a actividades
pendientes de producción.
De
la cantidad de ejemplos que todos conocíamos obtuvimos, todos, la conciencia
del reto que teníamos delante.
Un
sistema adecuado, comprensible, eficaz y coherente para la determinación de las
existencias que determine, fielmente, su valor es imprescindible para cualquier
empresa. Lo que con posterioridad se refleje, o las decisiones sobre
revaloración o depreciación de elementos en existencias; será otro cantar. Pero
lo importante es conocer la realidad a “cara lavada”, con “maquillaje”
puede que luego existan decepciones.
Nuestros
círculos tenían el siguiente aspecto.
Nos
acercábamos al final. El último círculo, el relativo a los costes.
La
premisa era que el planteamiento fuese capaz de “funcionar” en sistemas tan
dispares como los basados en costes estándar como en costes basados en
actividades.
Los
primeros costes que tuvieron su círculo fueron los relativos a los de
explotación. Algo evidente y de fácil trasposición en cualquier empresa.
Necesitábamos
un lugar para todo lo necesario en la determinación de los costes por unidad de
tiempo empleada en las diferentes actividades e integrantes de la empresa.
De
nuevo, nos dispersamos en nuestros comentarios recordando ejemplos de compañías
que desconocían el valor monetario de los tiempos dedicados a las actividades.
Nos preguntábamos, en voz alta, por la arbitrariedad en los referentes a los
precios de venta fruto del extendido desconocimiento sobre los conceptos que
existen en la producción de cualquier cosa.
La
verdad es que, con demasiada frecuencia, me encuentro con estimaciones y valoraciones
en función de no sé qué valor histórico que se actualiza en cada periodo para
determinar el coste por unidad de tiempo de la mano de obra.
Volviendo
a la descripción del proceso, nos reafirmamos en que en todos los casos existía
mano de obra aunque no existiera una fábrica o una manipulación fabril o
instaladora. Nuestro despacho también era una fábrica.
Proseguimos
con el siguiente círculo. Había que reparar en la actividad tan necesaria del
seguimiento de las desviaciones en los costes anteriores. El seguimiento sobre
los costes derivados de la explotación y su comparación con lo previsto, es
vital para la definición de un adecuado coste de la mano de obra.
Finalmente,
generamos el último círculo con algo tan evidente y complicado como la
segmentación de los costes. Si queríamos analizar, proponer, evaluar y decidir
sobre la necesidad, cantidad y oportunidad de un coste; deberíamos tener claros
los “apellidos” de éste. La actividad, el área, el producto, tipología de
cliente y siempre más allá de una simple separación basado en cuentas del plan
general contable.
Y
el conjunto nos quedó así.
Cuando
acabó el día, di un último vistazo a la pizarra. Tenía la sensación de que
estábamos consiguiendo ir en la línea de lo planificado. La utilidad y lo
acertado, o no, del método sería evaluado en la fase de análisis de la documentación
de OSMI.
Teníamos que ser capaces de adecuar toda la
información a la premisa que nos había llevado hasta aquí. Esto no lo teníamos
que perder de vista. Habíamos “dibujado” esa premisa de manera que la
tuviéramos visible y no la perdiéramos de vista.