Una vez escuché que ser
“el general” es un estado mental. Expresado de otro modo, más acorde a mis
costumbres, dirigir una empresa, organización o incluso la propia carrera profesional
requiere tener la cabeza “amueblada” con conocimiento y sentido común.
El conocimiento, a estas
alturas, ya sabes dónde y cómo puedes intentar adquirirlo. Si lo tienes, tienes
que organizar el conocimiento. No sería la primera vez que debates sobre algo
mezclando “ingredientes” que nada tienen que ver unos con los otros. En este
sentido, con demasiada frecuencia, desde las empresas y sus dirigentes preparan
“arroz negro con caldo de pollo” para sus “menús”. No puedo poner en duda la “nouvelle
cuisine”, pero la gestión empresarial y su dirección es otra cosa.
Por otro lado está el
sentido común. No voy a centrarme en este aspecto y su capital importancia.
Puedes encontrar lo necesario en muchos otros de mis artículos. Simplemente te
recuerdo que: “Con el sentido común no se nace. El sentido común se aprende,
aprehende y practica”.
En estos días, atendí a
un director general que llevaba un par de meses en el cargo. Había promocionado
al puesto de “general” después de una brillante carrera en la compañía y de
haber superado la selección final que hizo el grupo empresarial. A lo largo de
su vida profesional había procurado mejorar su formación de manera continuada.
En la entrevista, que tuve con él, me relató cómo eran las relaciones que
existían en su organización.
Reconozco que, en
ocasiones, puedo parecer tajante pero no me gustar desperdiciar el tiempo. No
dejé que sus explicaciones se extendieran más allá de treinta segundos. Mi
pregunta pretendía contener una dosis importante de ironía: “Tú, cuando vas al
médico, ¿cuentas cómo es el dedo gordo de tu pie cuando te duele la garganta?”.
Supongo que se
desconcertó en exceso. Me respondió un lacónico “no”. ¡No podía ser! Iba a
tener que aclarar al director que mi pregunta era, tan solo, un recurso irónico.
Si fuese a requerir los servicios de esa empresa, ya me habría levantado. En
este caso, yo ofrecía mis servicios y sin duda alguna en la compañía de este
director había muchas carencias.
Vista la situación, me
acomodé y poniéndome en modo “rec” invité a mi interlocutor a que me explicará
cuales eran, para él, sus problemas.
Después de ciertas
vaguedades tipo a: “algunos de los miembros de mi equipo están muy dispersos”,
“tengo que estar pendiente de todo”, “he tenido que multiplicar el tiempo que
tengo que estar en la empresa trabajando”, etc.; me di cuenta que, como en
tantos otros casos, no conocía cuales eran sus problemas.
Sin saber cómo me
encontré escuchando toda la historia de su reciente promoción. No lo tenía
previsto, pero decidí no impedirlo para ver si me servía para “centrar” el
tema.
Los comportamientos en
las empresas, cada día, me sorprenden más por el parecido entre todas ellas.
Por eso te voy a detallar lo que me contó porque, quizás, te des por aludido.
La empresa disponía de un
director general que había sido nombrado circunstancialmente hacía un año.
Habían elegido a “uno de la casa” que mantuviese una línea continuista y que
atesorase un conocimiento “histórico” de lo que siempre se había hecho.
Yo sobre hechos pasados
que no tienen solución no me gusta perder el tiempo, pero tú puedes reflexionar
sobre aquella decisión.
Durante el “mandato” de
aquel director se puso en marcha un proceso de selección profesional para
encontrar al candidato ideal. Ese proceso se desencadenó internamente y
externamente. Se abrió la posibilidad a candidaturas internas y eso permitió
que mi interlocutor se postulara al cargo. Él era adjunto a la dirección en
otra compañía del grupo empresarial.
Fruto de ello, y tras el
proceso que no voy a describir, éste obtuvo el puesto. A partir de aquí es lo
que a mí me interesaba realmente.
El nuevo director, tenía
que conformar su equipo. Su primer criterio residió en incorporar a personas
que en esa compañía le habían ayudado en su proceso de selección. Recuerda que él
venía de otra del mismo grupo y le vino muy bien conocer de primera mano
cuestiones previas que facilitaron su labor de convicción al consejo de
administración del grupo.
Por otro lado, otra parte
del grupo directivo estaban elegidos siguiendo (en gran medida) consejos de los
nuevos miembros que te he descrito antes.
A las primeras de cambio,
se produjeron los siguientes comportamientos que te agrupo en perfiles (los
nombres son cosecha mía):
1. Jefecillos venidos a más: Fruto de
incorporar a personas que le habían ayudado en su promoción, incorporó a
miembros que lejos de trabajar pavoneaban su nuevo estatus.
2. Jefecillos sobrepasados: De nuevo,
fruto de incorporar a personas que le habían ayudado en su promoción, incorporó
a miembros que no tenía competencias profesionales adecuadas a su nuevo
estatus.
3. Jefecillos tribales: Fruto de que los
anteriores habían “recomendado” a determinados miembros; éstos referenciaban a
su respectivos “promotores” como su director obviando al auténtico director
general.
El alto grado de
responsabilidad del director general, lejos de reconducir la situación, le
había llevado a cubrir personalmente las carencias de todo su equipo.
Llegado este punto,
interrumpí el discurso del director. Tal y como me planteaba el problema tenía
más pinta de intervención de profesionales de las áreas de personal. A priori
había que trabajar en un mejor enfoque del personal; bien por su sustitución
bien por su adecuación al puesto.
En el momento que le hice
saber mi opinión me replicó: “¡No puede ser! El equipo, de momento, me lo tengo
que comer o renunciar a mi carrera profesional en la empresa. Ahora mismo
necesito implementar en la empresa un sistema de gestión que sea capaz de
funcionar con estas limitaciones. Más adelante, se podrán poner en marcha
actuaciones para el personal.”
No me pude reprimir y le
espeté: “Por fin veo que puedes llegar a ser un buen director general y no el
cafre que creía que eras hasta ahora. Has conseguido definir un problema. Has
conseguido decirme cuál es tu problema y tienes clara la solución. Aún no sé si
aciertas en el diagnóstico y en la solución que buscas, pero algo tendrás para
haber sido elegido y tienes que tomar tus propias decisiones. Ahora bien; si no
te consideras un líder, no pones pasión en lo que haces, no tienes capacidad
para trabajar en equipo y no tienes confianza en ti mismo; no lo conseguirás.
Considera todo ello, primero, y luego pasa a la acción.”
Y tú, ¿sigues mirándote
el dedo gordo del pie mientras te duele la garganta?